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Por: El Tiempo
09/07/2019
Hace 20 años el Ejército afrontó una de las peores masacres, a manos del bloque Oriental.
“Si con el perdón se curara todo, sería fácil perdonar. Si cada quien entendiera el dolor del otro y se pensara un segundo en cómo debe ser la vida que quedó sumergida en la tragedia, sería fácil no sentirse olvidado, humillado o revictimizado. Y en esta historia no ha habido perdón ni comprensión del dolor ni mucho menos reconocimiento”.

e1https://www.youtube.com/watch?v=8EK6pU6QAGI

Esta historia, de la que habla Angélica Lizarazo, es la de 38 militares de la compañía militar Texas Tres, adscrita al batallón Fernando Landázabal Reyes de la Brigada 13, en Bogotá. Esta historia podría ser una más de las centenares en las que militares murieron en medio del conflicto armado colombiano. Pero no. Tiene algo en particular que marcó a muchas personas: fue una verdadera masacre.

Para junio de 1999, Angélica era una jovencita de 17 años, vivía en el barrio Santa Lucía, en el sur de Bogotá, y su novio había sido reclutado por el Ejército en una batida y prestaba servicio militar como soldado regular.

Ella lo visitaba cada domingo en la guarnición militar que queda en frente de la penitenciaría La Picota, en Bogotá, y estaba tan enamorada que ya tenía planes de una vida junto a él, siempre y cuando le cumpliera con la palabra de no seguir en la milicia.

“Cuando se lo llevaron a patrullar al Sumapaz sentí que todo quedaba congelado en el tiempo, pero estaba segura de que nos íbamos a ir a vivir juntos. Una semana antes de que ocurriera todo, fue la última vez que hablamos. No recuerdo dónde estaba, pero me llamó, me dijo que los duros de las Farc estaban cerca y que hacía mucho frío. Él había soñado que yo estaba embarazada. Entonces le respondí que era un compromiso y que teníamos que traer al mundo a una niña. Pero solo me quedó de él una última carta y un bonito recuerdo de amor”, cuenta.

Los mismos sueños de Ángelica, llenos de futuro, estaban presentes en la vida de otras decenas de mamás, novias, hermanos, padres, amigos, primos... en la vida de los tres suboficiales y 35 soldados que murieron la mañana del 8 de julio de 1999, en la parte alta del municipio de Gutiérrez, suroriente de Cundinamarca.

“Eran las 4:25 de la madrugada de ese jueves cuando se escuchó ‘alto el santo’. Luego todo se llenó del ruido de las ráfagas de fusil. Ya teníamos a las Farc encima. Hora y 20 minutos después nos atacaron con tatucos y cilindros y eso nos diezmó”.

No recuerdo dónde estaba, pero me llamó, me dijo que los duros de las Farc estaban cerca y que hacía mucho frío

Ese momento vuelve a la cabeza de Santos Darío Alfaro Guzmán. Él y sus compañeros ajustaban diez meses de servicio militar y en otros cinco estarían en la calle, con su libreta de segunda categoría. Sus superiores tenían conocimiento de que la situación estaba muy compleja por el proceso de paz que recién arrancaba entre el gobierno de Andrés Pastrana y la guerrilla de las Farc, pero en particular los soldados de la Texas Tres no creían que entraran en combate con los subversivos, seguro, porque también ignoraban que justo se habían plantado en el punto estratégico del corredor de movilidad del bloque Oriental de las Farc. Aun así, con su inexperiencia, sin apoyo aéreo y con una desventaja que los cuadruplicaba, lograron resistir 12 horas de combate.

“El impacto de los cilindros nos hizo replegar y a mí me sacaron del camino a punta de ametralladora –relata Darío–. Quienes sobrevivimos, nos salvamos de milagro, por la gracia de Dios, pero tengo que decir que éramos unos jóvenes sin experiencia, que hicimos cosas con heroísmo”.

Y mientras Santos Darío se defendía en el alto de Gutiérrez, sus compañeros que quedaron en el sitio conocido como El Cedral fueron cercados por los guerrilleros que estaban bajo el mando de ‘Romaña’. Ya desarmados y en estado de indefensión recibieron disparos de fusil en las rodillas y quedaron reducidos.

Algunos, como consta en el expediente de la Fiscalía, heridos y arrodillados, suplicaban por una oportunidad, pero la orden no dio chance: “Maten a esos hijueputas”.

Las madres de mis compañeros deben tener presente que sus hijos, pese a su corta edad e inexperiencia, reaccionaron como unos verdaderos héroes

Este mismo relato fue reconstruido por EL TIEMPO, en 2003, cuando encontró a dos de los tres niños que presenciaron, escondidos tras un arbusto, la ejecución de los soldados. Por años estuvieron en tratamiento siquiátrico para borrar esos recuerdos que los perturbaron mentalmente.

El apoyo llegó 24 horas después. Ya no había nada que hacer, solo recoger los cuerpos que tenían los craneos destrozados porque los guerrilleros fusilaron a los jóvenes, con tiros de gracias, a un metro de distancia.

La mañana del 9 de julio, la Cruz Roja Colombiana y un grupo de periodistas encontraron los cadáveres esparcidos en un perímetro de 500 metros a la redonda. Algunos murieron empuñando estampas de la Vírgen y el Divino Niño, o una carta escrita a una madre.

“Yo tuve que abrir bolsa por bolsa para luego marcarlas con los nombres de quienes habían muerto... es un recuerdo que nunca voy a arrancar de mi cabeza”.

A la semana, Darío ya estaba nuevamente en el páramo combatiendo porque la guerra no daba espera. Y cuando llegó el día de dejar su servicio militar, optó por entrar como soldado voluntario. Cargo que ocupó los últimos 20 años de su vida, en la Brigada Móvil n.° 3, hasta hace una semana, cuando se pensionó.

En dos décadas vivió incontables combates, en las peores condiciones, pero nada como ese julio de 1999.

“Desafortunadamente, los jefes de las Farc no se están tomando en serio el compromiso que firmaron en el proceso de paz. Y lo que deben tener claro las mamás de mis compañeros es que sus hijos fueron unos valientes. Si ellos no hubieran muerto, la guerrilla hubiera llegado a Bogotá. Eso es una realidad”.

https://www.eltiempo.com/colombia/otras-ciudades/ataque-de-las-farc-a-militares-en-sumapaz-en-julio-de-1999-386498

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